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El sueño de las mil y una noches

La mítica extensión que deslumbra por sus colores y excepcionales expresiones artísticas. Un magnético paisaje que combina arena, mar y nieve, los límites del Sahara Occidental y los faldeos de las montañas del Atlas.

Las atractivas Tánger, Casablanca y Marrakech, son las principales ciudades de Marruecos que, sumadas a otros emplazamientos, conforman la mítica extensión que deslumbra al mundo entero por su arquitectura, sus colores y un sinfín de expresiones artísticas.

Además, alberga un variado paisaje que combina arena, mar y nieve. Su costa sur se extiende hasta los límites del Sahara Occidental y, en el norte, se recuestan los faldeos de las montañas del Atlas, que cobijan a una gran parte de la población. Marcado por el ritmo islámico, el estilo de vida se delinea en una sectaria convivencia bajo normas marcadas por los hombres. Si se trata de descubrirlo a través de sus sabores, el cuscús, su plato nacional, revelará el poder de la mixtura que, entre la sémola fina y el estofado de cordero con verduras, logran consagrarse como emblema nacional junto al té con menta. Marruecos es un destino que seduce e invita, en todas las estaciones del año, a atravesar la cadencia de sus paisajes como en una alfombra mágica.

La ciudad roja

Al Medina al-Hamra (la ciudad roja), como se conoce a Marrakech es una antigua y bella metrópoli de Marruecos nutrida del vaivén de las culturas políglotas de África, el Mediterráneo y el Oriente Medio. Fundada hace alrededor de mil años y proclamada capital del imperio en varias oportunidades, alberga una gran riqueza arquitectónica, traducida en el encanto del arte decorativo moro-marroquí que se propaga a lo largo de la historia.

Grandiosos palacios y mansiones conforman su fisonomía integrándose con la mezquita Koutoubia y su alminar, que datan del siglo XII siendo la construcción más alta del lugar. Los jardines y centros comerciales (conocidos como souks), de artes y oficios, y una cultura irresistible alimentan su magnetismo. La medina o antiguo casco de Marrakech es uno de los atractivos donde se aprecian pasajes sinuosos, souks y corrientes de mercaderes y compradores. Allí, los puestos se suceden desplegando los tesoros de Marruecos plasmados en la gracia de sus telas, alfombras, productos de cuero, joyas, cerámica, piezas de madera, utensilios de cobre y otras artesanías.

La belleza del contorno que define a la ciudad se resume en mágicos atardeceres donde queda evocada la magia de las mil y una noches. Con la misma luz, la plaza se puebla de narradores, magos, encantadores de serpientes, bailarines, acróbatas y otros artistas dispuestos a robar los más cautivantes recuerdos. En las afueras impactan las alturas del cordón del Atlas y se pueden visitar los mercados de antiguas aldeas en Berber o caminar hacia la infinidad de senderos que ofrecen las montañas.

El cerro Toubkal, el más alto de Marruecos con 4.167 metros y el tercer pico más alto de todo el continente africano, es ideal para quienes gustan de escalar. En la corta temporada invernal, la aldea de Oukaïmeden, ubicada a sólo 70 kilómetros al sur de Marrakech, ofrece la posibilidad de practicar esquí. Al bajar de las montañas, el pueblo de Essaouira sobre la costa invita a un antiguo puerto con finos restaurantes donde se sirven platos hechos con mariscos para degustar antes o después de un paseo por la medina y los estudios artísticos.

Mágica fusión

Para acompañar el sueño marroquí, Amanjena procuró no desentonar con la estética del lugar insertándose en un oasis de palmeras y olivos. El primer representante de la cadena Amanresorts en el continente africano abrió sus puertas en febrero de 2.000 y se encuentra a sólo siete kilómetros de Marrakech.

Con vista al sistema del Atlas, el cordón más alto del norte de África, es un clásico con aire contemporáneo donde la distintiva presencia mora se trasluce en sus paredes de adobe. Su adorno principal es un antiguo estanque que tradicionalmente funcionaba como un reservorio para juntar agua de riego proveniente de las alturas de los montes. Desde esta plaza de agua fluyen las acequias hacia dos largos canales. Más allá del estanque, 32 pabellones y seis Maisons de dos pisos de Amanjena ascienden y descienden con los ritmos geométricos de los palacios que caracterizan el lugar. Sus espacios recrean ambientes amplios y serenos, con cielo rasos de más de cinco metros de altura. Un jardín trasero ofrece una vista al campo de golf o al huerto de los olivos y seis de los pabellones que rodean al estanque se lucen con vista al reservorio central de irrigación mientras otros pertenecientes a la piscina cuentan con su propio natatorio climatizado y un jardín privado. El patio es un lugar de encuentro donde una glorieta con pilares -llamada minzah- y un enorme sofá rodeados por grandes farolas negras imponen su presencia junto a una fuente zellij incrustada en el piso de mosaicos terracota.

Las construcciones de dos pisos conocidas como maisons constituyen una variante de la típica casa marroquí, con tríos de ventanas en el segundo piso que dan al interior de la planta baja. El hotel ofrece la posibilidad de degustar auténticos platos tailandeses a través de sus diferentes espacios gastronómicos. Los huéspedes pueden almorzar o disfrutar un refrigerio en el Pool Terrace. En el Health Center, se pueden tomar los hammams (baños de vapor) con vistas a los patios y a las fuentes. Las instalaciones incluyen un gimnasio, sala de masajes y tratamiento, un salón de belleza, entre otras cosas. Un verdadero paraíso para quienes elijan descubrir la maravilla de este rincón del mundo, inmersos en su estética y confort.


Lic. Martín Rubinetti

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